miércoles, 23 de diciembre de 2015

NACE EL SEÑOR, Y TERMINA UN AÑO



Hay dos acontecimientos que están muy cerca el uno del otro. Les separa una semana, pero la verdadera diferencia se esconde en que, mientras uno significa la salvación y la liberación del dominio de este mundo, el otro es un acto más festivo, alegre que celebra el fin de un año y el comienzo del otro. Ambos coinciden en que son celebraciones, pero muy diferentes en valor y significado.

Sin embargo, da la impresión que se confunden. Muchos llamamos navidad a los dos, y nada más falso, porque Navidad es la festividad en la que celebramos el nacimiento del Niño Jesús, centro y norte de la vida de un cristiano. Mientras que el otro, el año viejo y nuevo, es simplemente una fiesta grande de fin de un año y comienzo de otro. Navidad es el primero, y fiesta de fin de año, el segundo.

La sensación es que la gente le da más importancia a la celebración de fin de año. O, si no es así, la ve con más agrado y alegría. Es verdad que en Navidad se reunen las familias, pero, en muchas, es una fiesta más de alegría y cantos, sin centrarse en lo que realmente significa. No somos muy consciente del amor de Dios, y de su venida a este mundo para sacarnos y liberarnos de él.

Y es que amar siempre cuesta. Y cuesta mucho. A Jesús, el Hijo de Dios, le costó padecer y la vida. Y a nosotros se nos presenta el mismo panorama. Pero, nadie puede dudar, que detrás de ese ofrecimiento florece la vida y la felicidad. Así lo experimentó Jesús en la Cruz, y así también se nos ha prometido que lo experimentaremos nosotros. Por eso, conviene fijarnos bien y esta fiestas y no confundirlas ni mezclarlas.

Sabemos, por nuestra fe, que Jesús nace de María, concebido por el Espíritu Santo. Y que la aceptación voluntaria de María hace posible ese nacimiento. Ella, corredentora por la Gracia de Dios, se ofrece a entregarnos al Mesías que nos libera y salva. Hagamos el esfuerzo de contemplar el Misterio del Nacimiento de Dios con alegría, esperanza y paz. Eso es Navidad.

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