lunes, 11 de noviembre de 2013

SIN REFERENCIAS, ¿A DÓNDE VAMOS?



Hoy se habla mucho, y es bueno hablar y darse a conocer. Expresarte, compartir y dar tu pensamiento a los demás es algo muy valioso y enriquecedor. Enriquecedor porque, de ser bueno tu pensamiento, los demás se enriquecerán y aprovecharán de esas buenas ideas. Y de ser malo, también será bueno, porque dará pie para saber lo que no debemos hacer. Al compartir ganamos todos.

Ahora, hay un peligro, saber de quien nos fiamos y a quien tomamos como referencia para, partiendo de él enderezar todos nuestros pensamientos e ideas. Porque caer en la verdad de cada uno es como perdernos en un bosque donde no podemos ver el horizonte. Es lo que hoy convenimos en llamar el relativismo: cada cual piensa y vive como mejor le parece y según sus intereses. Lo demás, decimos que los respetamos, pero eso simplemente es quitarnos el problema de encima para luego, llegado el momento, pasar por encima de él.

¿Por qué respetamos la vida? Unos dirán que ellos la respetan hasta donde no le perjudique. Ahora, a partir de ahí harán lo que mejor les beneficie. Y otros seguirán su forma y manera de interpretar las leyes o sus propias leyes. Al parecer, la Ley Natural ya no vale. O vale cuando nos favorece, y nada más. Todos, dentro del juego social ordenado, hacemos los que nos viene en gana o mejor conviene a nuestros intereses. Así, el mundo en que vivimos refleja lo que oímos por la radio y televisión o leemos en la prensa. Deja mucho que desear.

Y es que no hay una referencia que inspire confianza y de crédito de su palabra. Por eso el mundo está tan mal. La vida, don preciado e intocable, derecho de cada hombre, se viola a cada momento, y muchos tratan de defenderlo con razonamientos que, según ellos, son razonables y validos. Y así podríamos ir citando muchos otros problemas. 

La vida es un derecho porque nos la ha dado Dios, y con ella hemos sido elevados a la dignidad de hijos, de sus hijos. Esa es la referencia por la que, hoy marginada y excluida la Ley Natural, la vida sigue siendo un derecho intocable que nadie puede interrumpir ni quitar. 

Esgrimir, que los hay, otros derechos nos llevaría al terreno de lo relativo, de los derechos personales y egoístas: pasarlo bien primero yo, y luego tú... Mis derechos primeros que los tuyos... Y todo se centraría en un buscarnos los unos y pasar de los otros. ¿Sacrificarme yo para darte la vida a ti y...? La única verdad es vivir bien y punto. Y así no llegamos a ninguna parte. El resultado ya lo sabemos.

Sin la referencia de la Palabra de Dios, que en Jesús de Nazaret nos fue revelada, el mundo se convierte en un mundo de ciegos que caminan al precipicio.

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